Homilía del Santo Padre en la canonización de José Vaz

«Verán los confines de la tierra la salvación de nuestro Dios» (Is 52,10).

Ésta es la extraordinaria profecía que hemos escuchado en la primera lectura de hoy. Isaías anuncia la predicación del Evangelio de Jesucristo a todos los confines de la tierra. Esta profecía tiene un significado especial para nosotros al celebrar la canonización de un gran misionero del Evangelio, san José Vaz. Al igual que muchos misioneros en la historia de la Iglesia, él respondió al mandato del Señor resucitado de hacer discípulos de todas las naciones (cf. Mc 16,15). Con sus palabras, pero más aún, con el ejemplo de su vida, ha llevado al pueblo de este país a la fe que nos hace partícipes de «la herencia de los santos» (Hch 20,32).

En san José Vaz vemos un signo espléndido de la bondad y el amor de Dios para con el pueblo de Sri Lanka. Pero vemos también en él un estímulo para perseverar en el camino del Evangelio, para crecer en santidad, y para dar testimonio del mensaje evangélico de la reconciliación al que dedicó su vida.

Sacerdote del Oratorio en su Goa natal, san José Vaz llegó a este país animado por el celo misionero y un gran amor por sus gentes. Debido a la persecución religiosa, vestía como un mendigo y ejercía sus funciones sacerdotales en los encuentros secretos de los fieles, a menudo por la noche. Sus desvelos dieron fuerza espiritual y moral a la atribulada población católica. Se entregó especialmente al servicio de los enfermos y cuantos sufren. Su atención a los enfermos, durante una epidemia de viruela en Kandy, fue tan apreciada por el rey que se le permitió una mayor libertad de actuación. Desde Kandy pudo llegar a otras partes de la isla. Se desgastó en el trabajo misionero y murió, extenuado, a la edad de cincuenta y nueve años, venerado por su santidad.

San José Vaz sigue siendo un modelo y un maestro por muchas razones, pero me gustaría centrarme en tres. En primer lugar, fue un sacerdote ejemplar. Hoy aquí, hay muchos sacerdotes y religiosos, hombres y mujeres que, al igual que José Vaz, están consagrados al servicio de Dios y del prójimo. Os animo a encontrar en san José Vaz una guía segura. Él nos enseña a salir a las periferias, para que Jesucristo sea conocido y amado en todas partes. Él es también un ejemplo de sufrimiento paciente a causa del Evangelio, de obediencia a los superiores, de solicitud amorosa para la Iglesia de Dios (cf. Hch 20,28). Como nosotros, vivió en un período de transformación rápida y profunda; los católicos eran una minoría, y a menudo divididos entre sí; externamente sufrían hostilidad ocasional, incluso persecución. Sin embargo, y debido a que estaba constantemente unido al Señor crucificado en la oración, llegó a ser para todas las personas un icono viviente del amor misericordioso y reconciliador de Dios.

En segundo lugar, san José Vaz nos muestra la importancia de ir más allá de las divisiones religiosas en el servicio de la paz. Su amor indiviso a Dios lo abrió al amor del prójimo; sirvió a los necesitados, quienquiera que fueran y dondequiera que estuvieran. Su ejemplo sigue siendo hoy una fuente de inspiración para la Iglesia en Sri Lanka, que sirve con agrado y generosidad a todos los miembros de la sociedad. No hace distinción de raza, credo, tribu, condición social o religión, en el servicio que ofrece a través de sus escuelas, hospitales, clínicas, y muchas otras obras de caridad. Lo único que pide a cambio es libertad para llevar a cabo su misión. La libertad religiosa es un derecho humano fundamental. Toda persona debe ser libre, individualmente o en unión con otros, para buscar la verdad, y para expresar abiertamente sus convicciones religiosas, libre de intimidaciones y coacciones externas. Como la vida de san José Vaz nos enseña, el verdadero culto a Dios no lleva a la discriminación, al odio y la violencia, sino al respeto de la sacralidad de la vida, al respeto de la dignidad y la libertad de los demás, y al compromiso amoroso por todos.

Por último, san José Vaz nos da un ejemplo de celo misionero. A pesar de que llegó a Ceilán para ayudar y apoyar a la comunidad católica, en su caridad evangélica llegó a todos. Dejando atrás su hogar, su familia, la comodidad de su entorno familiar, respondió a la llamada a salir, a hablar de Cristo dondequiera que fuera. San José Vaz sabía cómo presentar la verdad y la belleza del Evangelio en un contexto multireligioso, con respeto, dedicación, perseverancia y humildad. Éste es también hoy el camino para los que siguen a Jesús. Estamos llamados a salir con el mismo celo, el mismo ardor, de san José Vaz, pero también con su sensibilidad, su respeto por los demás, su deseo de compartir con ellos esa palabra de gracia (cf. Hch 20,32), que tiene el poder de edificarles. Estamos llamados a ser discípulos misioneros.

Queridos hermanos y hermanas, pido al Señor que los cristianos de este país, siguiendo el ejemplo de san José Vaz, se mantengan firmes en la fe y contribuyan cada vez más a la paz, la justicia y la reconciliación en la sociedad de Sri Lanka. Esto es lo que el Señor quiere de vosotros. Esto es lo que san José Vaz os enseña. Esto es lo que la Iglesia necesita de vosotros. Os encomiendo a todos a la intercesión del nuevo santo, para que, en unión con la Iglesia extendida por todo el mundo, podáis cantar un canto nuevo al Señor y proclamar su gloria a todos los confines de la tierra. Porque grande es el Señor, y muy digno de alabanza (cf. Sal 96,1- 4). Amén.

Discurso del Papa en el Santuario de Nuestra Señora de Madhu en Sri Lanka

Queridos hermanos y hermanas

Estamos en la casa de nuestra Madre. Aquí ella nos da la bienvenida. En este santuario de Nuestra Señora de Madhu, todo peregrino se puede sentir en su casa, porque aquí María nos lleva a la presencia de su Hijo Jesús. Aquí vienen los habitantes de Sri Lanka, tamiles y cingaleses por igual, como miembros de una sola familia. Encomiendan a María sus alegrías y tristezas, sus esperanzas y necesidades. Aquí, en su casa, se sienten seguros. Saben que Dios está muy cerca; sienten su amor; conocen su ternura y misericordia.

Se encuentran hoy aquí familias que han sufrido mucho en el largo conflicto que rasgó el corazón de Sri Lanka. Muchas personas, tanto del norte como del sur, fueron asesinadas en la terrible violencia y derramamiento de sangre de aquellos años. Los habitantes de Sri Lanka no pueden olvidar los trágicos acontecimientos ocurridos en este mismo lugar, o el triste día en que la venerada imagen de María, que data de la llegada de los primeros cristianos a Sri Lanka, fue arrancada de su santuario.

Pero la Virgen permanece siempre con vosotros. Ella es la madre de todo hogar, de toda familia herida, de todos los que están tratando de volver a una existencia pacífica. Hoy le damos las gracias por haber protegido a la población de Sri Lanka de tantos peligros pasados y presentes. María nunca olvida a sus hijos en esta isla resplandeciente. Al igual que nunca se apartó del lado de su Hijo en la cruz, así nunca se aparta de sus hijos que sufren en Sri Lanka.

Hoy queremos dar las gracias a la Virgen por su presencia. Ante tanto odio, violencia y destrucción, queremos darle las gracias porque sigue llevándonos a Jesús, el único que tiene el poder para curar las heridas abiertas y devolver la paz a los corazones desgarrados. Pero también queremos pedirle que implore para nosotros la gracia de la misericordia de Dios. Pedimos también la gracia de reparar por nuestros pecados y por todo el mal que esta tierra ha conocido.

No es fácil hacer esto. Sin embargo, cuando llegamos a entender, a la luz de la Cruz, el mal que somos capaces de hacer, y del que incluso formamos parte, podremos experimentar el auténtico remordimiento y el verdadero arrepentimiento. Sólo entonces podremos recibir la gracia de acercarnos unos a otros, con una verdadera contrición, dando y recibiendo el perdón verdadero. En esta difícil tarea de perdonar y tener paz, María siempre está presente para animarnos, para guiarnos, para mostrarnos el camino. De la misma manera que perdonó a los verdugos de su Hijo al pie de la cruz, y luego recibió su cuerpo exánime entre sus manos, así ahora quiere guiar al pueblo de Sri Lanka a una mayor reconciliación, para que el bálsamo del perdón y la misericordia de Dios proporcione una verdadera curación para todos.

Por último, queremos pedir a María Madre que acompañe con su intercesión los esfuerzos de ambas comunidades de Sri Lanka, tamiles y cingaleses, por reconstruir la unidad que se había perdido. Al igual que su imagen volvió a su santuario de Madhu después de la guerra, pedimos al Señor que todos sus hijos e hijas de Sri Lanka puedan volver a la casa de Dios con un renovado espíritu de reconciliación y comunión.

Queridos hermanos y hermanas, me siento feliz de estar con vosotros en la casa de María. Oremos unos por otros. Sobre todo, pidamos que este santuario sea siempre una casa de oración y un remanso de paz. Que, por intercesión de Nuestra Señora de Madhu, todos los hombres encuentren aquí el ánimo y la fuerza para construir un futuro de reconciliación, justicia y paz para todos los hijos de esta querida tierra. Amén.

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