PP Francisco. Audiencia 21. 5. 14

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy querría destacar otro don del Espíritu Santo, el don de la ciencia. Cuando se habla de ciencia el pensamiento va inmediatamente a la capacidad del hombre de conocer cada vez mejor la realidad que lo rodea y de descubrir las leyes que regulan la naturaleza y el universo. La ciencia que viene del Espíritu Santo, entretanto, no se limita al conocimiento humano, es un don especial que nos lleva a entender a través de lo creado, la grandeza y el amor de Dios y su relación profunda con cada criatura.

Cuando nuestros ojos son iluminados por el Espíritu se abren a la contemplación de Dios, en la belleza de la naturaleza y en la grandiosidad del cosmos, y nos llevan a descubrir como cada cosa nos habla de Él, cada cosa nos habla de su amor. Todo esto suscita en nosotros un gran estupor y un profundo sentido de gratitud.

Es la sensación que probamos también cuando admiramos una obra de arte o cualquier maravilla que sea fruto del ingenio y de la creatividad del hombre: delante de todo esto, el Espíritu nos lleva a alabar al Señor desde la profundidad de nuestro corazón y a reconocer, en todo lo que tenemos y somos, un don inestimable de Dios y un signo de su infinito amor por nosotros.

En el primer capítulo de la Génesis, justamente al inicio de toda la Biblia, se pone en evidencia que Dios se complace de su creación, subrayando repetidamente la belleza y la bondad de cada cosa. Al término de cada día, está escrito: “Dios vio que era una cosa buena”. Pero si Dios vio que la creación era una cosa buena y una cosa bella, también nosotros debemos tener esta actitud, que nos permite ver que la creación es una cosa buena y bella, con el don de la Ciencia, al ver esta belleza alabamos a Dios, y le agradecemos a Dios de habernos dado tanta belleza a nosotros. Este es el camino.

Y cuando Dios concluyó de crear el hombre, no dijo ‘vio que era cosa buena’, pero que era ‘muy buena’, nos acerca a Él. Y a los ojos de Dios nosotros somos la cosa más bella, más grande, mejor de la creación.

Pero padre, los ángeles… No, los ángeles están debajo de nosotros, nosotros somos más de los ángeles y lo hemos escuchado en el libro de los salmos. Nos quiere mucho el Señor y debemos agradecerle por ésto.

El don de la ciencia nos pone en profunda sintonía con el Creador y nos permite participar en la limpidez de su mirada y de su juicio. Y es en esta perspectiva que logramos a ver en el hombre y en la mujer, la cumbre de la creación, como cumplimiento de un plan de amor, que está impreso en cada uno de nosotros y que nos permite reconocernos como hermanos y hermanas.

Todo esto es motivo de serenidad y de paz, y vuelve al cristiano un testigo alegre de Dios, siguiendo la estela de San Francisco de Asís y de tantos santos que supieron alabar y cantar Su amor a través de la contemplación de la creación. Al mismo tiempo, el don de la ciencia nos ayuda a no caer en algunas actitudes excesivas o equivocadas.

El primero es el riesgo de creernos patrones de la creación. La creación no es una propiedad de la que que podemos abusar a nuestro gusto. Ni siquiera una propiedad de algunos pocos: la creación es un don, y un don maravilloso que Dios nos ha dado, para que lo cuidemos y usemos para el beneficio de todos, siempre con gran respeto y gratitud.

La segunda actitud equivocada está representada por la tentación de detenernos delante de las criaturas como si éstas pudieran ofrecernos respuesta a todas nuestras expectativas. El Espíritu Santo con el don de la Ciencia nos ayuda a no caer en esto.

Querría retornar un poco sobre el primer camino equivocado. Custodiar la creación y no apropiarse de la creación. Tenemos que cuidar la creación, es un don que Dios nos ha dado, es el regalo que Dios nos ha hecho.

Nosotros somos custodios de la creación, pero cuando nosotros no cuidamos la creación destruimos este signo del amor de Dios. Destruir la creación es decirle a Dios: esto no me gusta, no es bueno. ¿Y qué te gusta entonces a tí? ‘Yo mismo’. ¡Eh aquí el pecado!, han visto.

Custodiar la creación es cuidar el don de Dios y también es decirle a Dios: ¡gracias yo soy el patrón de la creación, pero para cuidarlo no destruiré nunca este don tuyo. Es esta nuestra actitud delante de la creación, porque si nosotros destruimos la creación, la creación nos destruirá. ¡No nos olvidemos de esto!

Una vez estaba en el campo y escuché un pensamiento de una persona simple, a la que le gustaban mucho las flores. Y él cuidaba estas flores y me dijo, debemos custodiar estas cosas que Él nos ha dado. Cuidarlo bien, no explotar, custodiar. Y me dijo, Dios siempre perdona, y esto es verdad, Dios perdona siempre. Nosotros personas humanas, hombres y mujeres a veces perdonamos, otras veces no. Pero la creación si no la custodiamos ella nos destruirá. Esto debe hacernos pensar, y hacernos pedir al Espíritu Santo el don de la Ciencia para entender bien que la creación es el regalo más lindo de Dios, del cual Él dijo: ‘esto es bueno, esto es bueno, esto es bueno’, y este es el regalo para la cosa mejor que he creado, que es la persona humana. Gracias.

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