Discurso del Santo Padre Francisco a la comunidad del Pontificio Colegio Leoniano de Anagni

Queridos hermanos obispos, sacerdotes y seminaristas:

Saludo a todos los que formáis la comunidad del Pontificio Colegio Leoniano de  Anagni. Doy las gracias al Rector por las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Un saludo especial a vosotros, queridos seminaristas, que habéis querido ¡venir a pie a Roma! ¡Valientes! Esta peregrinación es un símbolo muy bello de vuestro camino formativo, para recorrer con entusiasmo y perseverancia, en el amor de Cristo y en la comunión fraterna.

El Leoniano, como seminario regional, ofrece su servicio a algunas diócesis del Lazio. En la estela de la tradición formativa, el seminario es llamado, en el hoy de la Iglesia, a proponer a los candidatos al sacerdocio una experiencia en condiciones de transformar sus proyectos vocacionales en una fecunda realidad apostólica. Como todo Seminario, también el vuestro tiene el objetivo de preparar a los futuros ministros ordenados en un clima de oración, de estudio y fraternidad. Es esta atmósfera evangélica, esta vida llena del Espíritu Santo y de humanidad, la que se experimenta a cuantos os zambullís en asimilar día a día los sentimientos de Jesucristo. Su amor por el Padre y por la Iglesia, su entrega sin reservas al Pueblo de Dios. Oración, estudio, fraternidad, y también vida apostólica: son las cuatro columnas de la formación, que influyen. La vida espiritual, fuerte; la vida intelectual, seria; la vida comunitaria, y por último, la vida apostólica, pero no en orden de importancia. Todas son importantes. Si falta una, la formación no es buena. Y estas cuatro influyen. Cuatro columnas, cuatro dimensiones sobre las cuales debe vivir un seminario.

Vosotros, queridos seminaristas, no os estáis preparando para hacer una profesión, para ser funcionarios de Hacienda o de un organismo burocrático. Tenemos tantos, tantos sacerdotes a mitad de camino. Es un dolor, que no hayan conseguido llegar a la plenitud. Tienen algo de funcionarios, una dimensión burocrática y esto no hace bien a la Iglesia. Os recomiendo: ¡estad atentos a no caer en esto! Os estáis convirtiendo en pastores a imagen de Jesús el Buen Pastor, para ser como Él y en Su Persona en medio de la grey, para apacentar sus ovejas.

Frente a esta vocación, podemos responder como María al ángel: «¿cómo es posible esto?» Llegar a ser «buenos pastores» a imagen de Jesús es una cosa muy grande y nosotros somos tan pequeños…¡es verdad! Pensaba en estos días en la Misa Crismal del Jueves Santo y he sentido esto, que con este don tan grande, que nosotros recibimos, nuestra pequeñez es fuerte: estamos entre los más pequeños de los hombres. Es verdad, es demasiado grande; ¡pero no es obra nuestra! Es obra del Espíritu Santo, con nuestra colaboración. Se trata de ofrecerse a sí mismo, humildemente, como barro para modelar, porque el alfarero, que es Dios, la trabaja con el agua y el fuego, con la Palabra y el Espíritu. Se trata de penetrar en aquello que dice San Pablo: «ya no vivo yo, sino Cristo quien vive en mi» Sólo así se puede ser diácono y presbítero en la Iglesia. Sólo así se puede apacentar al pueblo de Dios y guiarlo, no por nuestros caminos, sino por el camino de Jesús, más aún, por el Camino que es Jesús.

Es verdad que, al principio, no siempre hay una total rectitud de intenciones. Pero yo osaría decir: es difícil que así sea. Todos nosotros siempre hemos tenido estas pequeñas cosas que no tenían rectitud de intención, pero esto con el tiempo se resuelve, con la conversión de cada día. ¡Pero pensemos en los Apóstoles! Pensad en Santiago y Juan, que querían llegar a ser uno el primer ministro y el otro ministro de economía, porque era más importante. Los Apóstoles no tenían todavía esta rectitud, pensaban en otra cosa y el Señor, con mucha paciencia, hizo las correcciones y al final, era tal la rectitud de sus intenciones que dieron la vida en la predicación y en el martirio. ¡No asustarse! “Pero yo no estoy seguro si quiero ser sacerdote para ascender” “¿Pero tú amas a Jesús?” “Sí” “Habla con tu padre espiritual, habla con tus formadores, reza, reza, y verás que la rectitud de intención estará delante”

Y este camino significa meditar el Evangelio cada día, para transmitirlo con la vida y la predicación; significa experimentar la Misericordia de Dios en el sacramento de la Reconciliación. ¡Esto no lo dejéis nunca! ¡Confesaos siempre! Y así llegareis a ser ministros generosos y misericordiosos porque sentiréis la Misericordia de Dios sobre vosotros. Significa alimentarse de la Eucaristía con fe y amor, para nutrir de ella al pueblo cristiano; significa ser hombres de oración, para llegar a ser voz de Cristo que alaba al Padre e intercede continuamente por los hermanos. La oración de intercesión, la que hacían aquellos grandes hombres –Moisés, Abraham- que luchaban (sic) con Dios por el pueblo, aquella oración valiente delante de Dios. Si vosotros –pero esto lo digo desde el corazón, sin ofender- si vosotros, si alguno de vosotros, no está dispuesto a seguir este camino, con estas actitudes y estas experiencias, es mejor que tenga la valentía de buscar otro camino. Hay muchos modos, en la Iglesia, de dar testimonio cristiano y tantos caminos que llevan a la santidad. En el seguimiento ministerial de Jesús no hay sitio para la mediocridad, aquella mediocridad que conduce siempre a usar al Pueblo Santo de Dios para el propio beneficio. “¡Ay de los pastores que se apacientan a sí mismos y no al rebaño!” exclamaban los profetas, ¡con cuanta fuerza! Y San Agustín coge esta frase profética en su De Pastoribus, que os recomiendo leer y meditar. Pero ¡Ay de los pastores cautivos! Porque el seminario, digamos la verdad, no es un refugio para tantas limitaciones que podamos tener, un refugio de carencias psicológicas o un refugio porque no tengo el coraje de caminar hacia adelante en la vida y busco allí un sitio en el que me defienda. No, no es esto. Si vuestro seminario fuese esto, ¡Llegaría a ser una hipoteca (sic) para la Iglesia! No, el Seminario es oportuno para caminar hacia adelante, hacia adelante en este camino. Y cuando oigamos a los profetas decir: ¡Ay!, que este ¡Ay! os haga reflexionar seriamente sobre vuestro futuro. Pío XI una vez dijo que era mejor perder una vocación que arriesgar con un candidato no seguro. Era alpinista, conocía estas cosas.

Queridísimos, os agradezco vuestra visita. Os agradezco que hayáis venido a pie. Os acompaño con mi oración y mi bendición y os confío a la Virgen, que es Madre. ¡No os olvidéis de ella! Los místicos rusos decían que en los momentos de las turbulencias espirituales, desead refugiaros bajo el manto de la Santa Madre de Dios. ¡Nunca salgáis de allá! Cubiertos con el manto. Y por favor, ¡rezad por mí!

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