Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Han pasado ya tres meses desde que el Papa invitara, como preparación para el próximo Jubileo, a «redescubrir el gran valor y la absoluta necesidad de la oración en la vida personal, en la vida de la Iglesia y en el mundo» (Ángelus, 21-I-2024).
Se trata de un redescubrimiento que, con la gracia de Dios, podemos hacer cada día de diferentes maneras. A veces, volveremos a descubrir la mirada del Señor, que nos lleva a una contemplación sin palabras que procede del amor. En otros momentos, la oración nos presentará más su aspecto de esfuerzo personal y de combate contra todo aquello que nos pueda distraer del Señor. Con frecuencia, el diálogo con Dios se expresará en aquellas oraciones vocales que aprendimos en nuestra infancia y que nos llevan a tener una constante actitud de adoración y de petición.
En cualquier caso, todos esos modos de rezar estarán alimentados por un mismo espíritu, como señalaba san Josemaría: «Me atrevo a asegurar, sin temor a equivocarme, que hay muchas, infinitas maneras de orar, podría decir. Pero yo quisiera para todos nosotros la auténtica oración de los hijos de Dios» (Amigos de Dios, n. 243). La conciencia de nuestra filiación divina nos ayudará a rezar siempre con la confianza y la sencillez de los pequeños.
Me gustaría insistiros especialmente en la oración de petición. Hay muchas cosas por las que rezar, como os he ido repitiendo los últimos meses: la paz en el mundo, la Iglesia, la Obra. Es un misterio que Dios cuente con nosotros para que le pidamos cosas. Pero no es porque él lo necesite, sino porque el mero hecho de pedir es ya un bien para nosotros, pues así estamos reconociendo que solos no podemos y nos disponemos a acoger la gracia divina. En este sentido, os pido de nuevo que sigáis rezando por el trabajo relativo a la adecuación de los estatutos. Como suelo decir, irá bien, porque omnia in bonum, pero si rezamos más, irá mejor.
Con todo cariño os bendice
vuestro Padre
Fernando
Roma, 20 de abril de 2024