Carta Prelado, julio 2016

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

A lo largo de estos meses, nos estamos esforzando por situar en primer plano la práctica de las obras de misericordia. Consideremos hoy una a la que Jesucristo se refiere expresamente al trazar el programa del caminar cristiano, las bienaventuranzas. Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados[1].

Se trata de una obra de misericordia que, como el perdón de las ofensas, nos permite parecernos más a Dios, imitarle. Ya en el Antiguo Testamento, el Señor había anunciado: como alguien a quien su madre consuela, así Yo os consolaré[2]. Y Jesús, en la última cena, manifiesta esa consolación del modo más perfecto posible, pues promete el envío del Espíritu Santo, la Persona divina a la que se atribuye —por ser el Amor subsistente— la misión de consolar a los … Continuar leyendo

PP FRANCISCO. AUDIENCIA 30.6.2016

¡Cuántas veces, durante estos primeros meses del Jubileo, hemos escuchado hablar de las obras de misericordia! Hoy el Señor nos invita a hacer un serio examen de conciencia. Está bien, de hecho, no olvidar nunca que la misericordia no es una palabra abstracta, sino un estilo de vida. Una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Una persona puede ser misericordiosa o puede ser no misericordiosa. Es un estilo de vida, yo elijo vivir como misericordioso o elijo vivir como no misericordioso. Una cosa es hablar de misericordia, otra es vivir la misericordia. Parafraseando las palabras de Santiago apóstol (cfr 2,14-17) podemos decir: la misericordia sin las obras está muerte en sí misma. ¡Es precisamente así! Lo que hace viva la misericordia es su constante dinamismo para ir al encuentro de los necesitados y a las necesidades de los que están en la penuria espiritual … Continuar leyendo