Carta Prelado, julio 2016
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
A lo largo de estos meses, nos estamos esforzando por situar en primer plano la práctica de las obras de misericordia. Consideremos hoy una a la que Jesucristo se refiere expresamente al trazar el programa del caminar cristiano, las bienaventuranzas. Bienaventurados los que lloran, porque serán consolados[1].
Se trata de una obra de misericordia que, como el perdón de las ofensas, nos permite parecernos más a Dios, imitarle. Ya en el Antiguo Testamento, el Señor había anunciado: como alguien a quien su madre consuela, así Yo os consolaré[2]. Y Jesús, en la última cena, manifiesta esa consolación del modo más perfecto posible, pues promete el envío del Espíritu Santo, la Persona divina a la que se atribuye —por ser el Amor subsistente— la misión de consolar a los … Continuar leyendo