Carta del Prelado, abril 2016

Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!

Nos hemos conmovido una vez más, durante la Semana Santa, ante el amor de Dios por los hombres. Tanto amó Dios al mundo —escribe san Juan— que le entregó a su Hijo Unigénito, para que todo el que cree en Él no perezca, sino que tenga vida eterna. Pues Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él[1].

¡Cuántas gracias hemos de dar a la Trinidad Santa por este derroche de bondad y misericordia! Más aún si consideramos que Cristo, cuando todavía nosotros éramos débiles, murió por los impíos en el tiempo establecido[2]. La pasión y muerte del Señor constituye el culmen del compromiso que Dios, libremente, quiso contraer con la humanidad. «Su primer compromiso fue el de crear el … Continuar leyendo