Carta del Prelado (febrero de 2016)
Queridísimos: ¡que Jesús me guarde a mis hijas y a mis hijos!
Dentro de poco, al comenzar la Cuaresma, resonará de nuevo el clamor del profeta, que nos habla de parte del Señor: convertíos a mí de todo corazón, con ayuno, con llanto y con lamento. Rasgad vuestros corazones y no vuestros vestidos. Convertíos al Señor, vuestro Dios, porque es clemente y compasivo, lento a la ira y rico en misericordia[1].
La invitación a un cambio hondo cobra particular actualidad en el Año de la misericordia, tiempo especial de gracia para la humanidad entera. Y qué confianza y seguridad nos produce saber que el Señor está dispuesto a darnos la gracia siempre, y especialmente en estos tiempos; la gracia para esa nueva conversión, para la ascensión en el terreno sobrenatural; esa mayor entrega, ese adelantamiento en la perfección, ese encendernos más[2].